La transformación

Una noche de verano, como en un sueño, yo fui Papá Noel. No soy dado a las transformaciones, debe haber sido el vitel toné. Quién sabe. El hecho es que realmente me transformé. Por primera vez en mi vida tuve una barba blanca, un traje rojo y una gran panza. Así como lo escuchan. Y tuve que correr: entre las plantas, como un fugitivo. Porque las niñas pequeñas me tenían miedo y la idea era que de lejos solamente me vieran pasar. “¡Ahí va Papá Noel!”, les dirían, y yo pasaría como un suspiro rojo sin renos ni alegría. 
Yo también me tenía miedo. Porque con cada paso de mi enorme cuerpo empezaba a recordar: otras navidades, otros niños. Cada paso me traía una nueva navidad. El primero fue un globo que subía: mi padre había encendido fuego en su interior. Todos lo observamos elevarse hacia lo alto, hasta la rama más alta de aquel inmenso eucaliptus que luego se cayó. El segundo fue mi madre, abrazando a alguien que partía. Ella le decía: abrazame, no te vayas, pero él se iba con el final de una canción. El tercero era yo mismo, rodeado de gente extraña en una fiesta, tratando de olvidar. El cuarto fue mi abuela: impaciente como una reina ya estaba sentada y sin pudor demandaba -bien quemadito- el primer choripán. En el quinto me vi deseando a una mujer de madrugada y recordé a otra mujer desesperada abrazada junto a un joven al borde de una cruz. Fueron cinco pasos corriendo frente a la ventana mientras mi hígado saltaba bajo el peso de tanta evocación. Poco a poco mis entrañas se hincharon, mis ojos se nublaron y mi cabeza dolorosamente comenzó a palpitar. Busqué refugio al final de mi corrida. Detrás de unos arbustos me empecé a desnudar: la barba, el gorro, la barriga. Poco a poco trataba de regresar. Entonces llegó la convulsión que me apremiaba: vomité. Una, dos, tres veces antes de que el gallo cantara. Ya no era yo. Era yo. Y adentro los regalos se entregaban y las niñas ya no lloraban y los platos fermentaban toda la pena de mi transformación. Transpirado, transformado, la noche de verano me devolvió a la confusión general: otra navidad, otro sueño de verano. Al niño del establo lo colgaron de una cruz.

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